Aunque todos vivimos en el mismo planeta, no todos compartimos el mismo mundo.
Aunque todos tengamos visión, no todos vemos lo mismo.
Aunque todos compartimos la misma energía cósmica, no todos hemos desarrollado y refinado nuestros niveles de consciencia de la misma manera.
Aunque todos enfrentamos desafíos, no todos los enfrentamos con la misma idea y resiliencia.
Aunque todos anhelamos la libertad, no todos la ejercemos y entendemos de la misma manera.
Aunque todos compartimos la humanidad, no todos entendemos lo que significa compasión y empatía.
Aunque todos buscamos la felicidad, no todos la encontramos en las mismas cosas.
Aunque todos tenemos acceso al conocimiento, no todos lo utilizamos para el mismo fin.
Aunque todos experimentamos el amor, no todos logramos identificar su pureza.
Aunque todos estamos en el mismo plano, no todos vivimos al misma realidad.
La mística, derivada del verbo griego «myein» (encerrar), y «mystikós» (cerrado o misterioso), se refiere a una experiencia, donde el alma logra una unión máxima con lo sagrado durante su existencia terrenal. La teología mística es una ciencia dedicada a explorar los actos y estados del alma que trascienden el esfuerzo humano y sólo pueden ser alcanzados mediante la Gracia Divina. Este ámbito incluye todas las formas extraordinarias de oración, los niveles superiores de contemplación en sus diversas variedades y grados, así como las revelaciones privadas, visiones, y la unión mística entre Dios y el alma.
Esta experiencia se manifiesta en las religiones monoteístas como el zoroastrismo, judaísmo, cristianismo e Islam, así como en algunas religiones politeístas como el hinduismo, en religiones no teístas como el budismo, donde representa el grado máximo de perfección y conocimiento y en tradiciones no religiosas, busca salvar el abismo que separa al hombre de la divinidad, logrando así su reunificación y eliminando la alienación causada por la realidad material. En términos cristianos, se trata de traer el Reino de los Cielos a la Tierra. Los mecanismos para alcanzar este estado son variados: a través de una lucha meditativa y activa contra el ego (como en el budismo) o el «nafs» en el sufismo musulmán, mediante la oración y el ascetismo en el cristianismo, o a través del uso de la cábala en las corrientes místicas del judaísmo.
La mistica es apologética. La experiencia no se pude atacar, ni defender.
La mística, en su esencia más pura, trasciende las limitaciones de la argumentación y la defensa. Se sumerge en las profundidades del ser humano y del universo, explorando lo sagrado y lo trascendental más allá de las fronteras de la razón y la lógica. En su naturaleza, la mística se encuentra más allá de la apologetica, ya que no busca justificar o defender una doctrina particular, sino más bien abrir las puertas de la percepción hacia lo divino y lo espiritual.
La experiencia mística es personal e inefable, no se puede capturar completamente con palabras ni se puede transmitir plenamente a través del lenguaje. Es un encuentro directo con lo sagrado, una comunión del alma con lo divino, que trasciende las categorías de la discusión y el debate.
En este sentido, la experiencia mística no puede ser atacada ni defendida en el sentido convencional. Es un estado de ser que se vive y se experimenta más allá de los argumentos y las disputas intelectuales. Quienes han tenido experiencias místicas saben que son profundamente transformadoras y significativas, pero también reconocen que son difíciles de expresar con palabras y aún más difíciles de comprender para aquellos que no las han experimentado.
Por lo tanto, la mística invita a una actitud de apertura, humildad y respeto hacia lo desconocido y lo inexplicable. En lugar de tratar de defender o atacar las experiencias místicas, es más fructífero acercarse a ellas con una mente abierta y receptiva, dispuesta a explorar las dimensiones más profundas de la existencia humana y del universo en el que habitamos.
La sabiduría esta al alcance de todos los que puedan ver con su alma y escuchar con su corazón.
Cada persona percibe la realidad a través del prisma de su propia experiencia. Esta diversidad de percepciones no solo enriquece nuestra comprensión del mundo, sino que también añade una complejidad inherente a nuestras interacciones y entendimientos. La realidad de una persona, forjada por sus vivencias y aprendizajes, puede parecer ilusoria o inexistente para otra. Este desafío profundo de la subjetividad humana nos invita a reconocer y respetar que una realidad distinta a la nuestra no pierde su validez por ser diferente. Aceptar esta pluralidad de realidades nos guía hacia una comprensión más profunda del universo compartido, donde cada experiencia, por única que sea, contribuye a la totalidad de la existencia
La realidad está imbuida en múltiples capas de significado y simbolismo, cuya comprensión va más allá de lo que percibimos a simple vista. La realidad es vista como un «gran laboratorio» cósmico, donde las leyes y principios se manifiestan en todos los aspectos, desde fenómenos naturales hasta interacciones humanas.
Vivimos bajo el principio universal de la polaridad, con dualidades complementarias como el día y la noche, el sol y la luna, lo masculino y lo femenino. La ley de polaridad nos enseña que lo que es adentro, es afuera; no podemos ver nada que no hayamos integrado internamente. Para los alquimistas, la realidad física refleja procesos internos. Estas dualidades son fuerzas opuestas pero interdependientes que deben armonizarse para alcanzar plenitud y perfección. El trabajo alquímico se consideraba una vía para participar en estos procesos universales de cambio y crecimiento.
Nuestra percepción del mundo está ligada a nuestro estado de integración y unidad. Cuanto más fragmentados estemos internamente, más fragmentado será nuestro entendimiento del mundo. A mayor integridad y armonía interna, más percibimos la unidad en todas las cosas.
Esta búsqueda de unidad incluye la integración de nuestras facetas internas. Al reconciliarnos con nuestras contradicciones, encontramos coherencia y paz interior, permitiéndonos una visión más espiritual y unificada de la realidad.
La experiencia personal es clave en este proceso, ya que cada individuo tiene su propio viaje de integración y autoconocimiento. Las experiencias vividas y las lecciones aprendidas contribuyen a nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos, desarrollando una mayor sensibilidad hacia la unidad subyacente en todas las cosas. Integrar nuestras partes fragmentadas nos permite experimentar la unidad en todas las dimensiones de la vida, invitándonos a cultivar una mayor consciencia de nosotros mismos y del mundo, reconociendo la interconexión que subyace en toda la existencia.