LA PARADOJA CÓSMICA «PARA APRENDER HAY QUE DESAPRENDER».

La paradoja cósmica de que para aprender, uno debe desaprender, plantea una noción intrigante que desafía la percepción convencional del conocimiento y el crecimiento personal. En la búsqueda de la sabiduría, a menudo nos aferramos a nuestras creencias arraigadas, experiencias pasadas y sistemas de pensamiento establecidos. Sin embargo, esta paradoja sugiere que para abrirnos a nuevas perspectivas y alcanzar un entendimiento más profundo, debemos estar dispuestos a despojarnos de lo que creemos saber.

La idea de desaprender implica un acto de humildad intelectual, reconociendo que nuestras percepciones pueden estar limitadas y que nuestros conocimientos actuales pueden ser imperfectos o incompletos. Es un proceso de desmontaje de las estructuras mentales preestablecidas para permitir la llegada de nuevas ideas y entendimientos.

Al desaprender, nos liberamos de las limitaciones autoimpuestas y nos abrimos a la posibilidad de crecimiento y transformación. Es un acto de desapego emocional y mental, donde dejamos de lado nuestras ideas preconcebidas y estamos abiertos a explorar lo desconocido.

Esta paradoja cósmica también nos recuerda la naturaleza dinámica y fluida del conocimiento. Lo que una vez consideramos verdad absoluta puede cambiar con el tiempo y la experiencia. Al desaprender, nos mantenemos flexibles y receptivos a nuevas formas de comprender el mundo que nos rodea, nos invita a cuestionar nuestras propias percepciones, a dejar de lado nuestras certezas y a abrirnos a nuevas posibilidades. Es un recordatorio de que el camino hacia la sabiduría requiere humildad, curiosidad y una mente abierta.

El verdadero trabajo a menudo no radica únicamente en continuar aprendiendo o evolucionando, sino en desidentificarnos de aquello que nos ata. En la búsqueda del conocimiento y el crecimiento personal, nos enfrentamos no solo con la adquisición de nuevas ideas, sino también con el desapego de aquellas nociones que nos limitan y constriñen. Es un proceso de liberación de las cadenas mentales y emocionales que nos impiden alcanzar nuestro potencial más elevado. En este camino de autodescubrimiento, encontramos que la verdadera sabiduría reside no solo en acumular información, sino en despojarnos de las ilusiones y las falsas identidades que nos mantienen cautivos. Es un viaje hacia la autenticidad y la plenitud, donde la verdadera evolución emerge del acto de liberación y transformación interior.

La creencia siempre implica un potencial para la duda, pero lo que resuena en el corazón de cada mistico no deja lugar para el escepticismo. Pues conocer o creer significa certeza la cual es la convicción total y profunda en el alma, el corazón, las entrañas y para dar por certero algo se necesita experimentarlo por sí mismo, así que cada verdad interior necesita ser probada y experimentada, en la vida espiritual no existe la restricción ni la coerción.

Vivimos inmersos en la paradoja, siendo nosotros mismos la encarnación de esta dualidad. Oscilamos entre la realidad objetiva y la subjetiva, conscientes de que no existe una verdad absoluta en lo que respecta a la experiencia de lo divino en cada alma. Cada individuo vive una experiencia única, personal e intransferible que lo acerca a la Divinidad de manera singular.

La Divinidad trasciende las barreras religiosas, filosóficas, raciales, étnicas o culturales. Nuestro anhelo es simplemente aproximarnos a la verdad y a las Gracias que se manifiestan de forma sobrenatural. Estas virtudes, infundidas por el espíritu de lo divino, se adaptan al entendimiento de cada alma, a su sabiduría interna y a su nivel de consciencia.

Ninguna acción humana en búsqueda de lo divino queda excluida; todo recibe el influjo poderoso de su Gracia. Cada esfuerzo queda sembrado en el campo del universo, pues Dios observa el corazón del hombre sin importar su identidad o las ideologías con las que se identifique.

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