Discernir no es simplemente saber qué es bueno y qué es malo; esa distinción ya está implícita en nuestro ser, en nuestra conciencia. Discernir es el arte de saber qué es lo bueno entre lo mejor. Esta habilidad es fundamental en nuestra vida diaria y en nuestro desarrollo espiritual y moral, constituyendo la base del «misterio del escultor y el orfebre».
Este misterio, al igual que el acto de discernir, implica un proceso de refinamiento y perfección. El escultor, con cada golpe de su cincel, y el orfebre, con cada delicado trabajo sobre el metal, no buscan simplemente crear algo de valor, sino algo excepcional, algo que trascienda lo ordinario y manifieste la belleza intrínseca oculta en la materia prima. Este proceso de creación es una metáfora del discernimiento.
Desde una perspectiva filosófica, discernir implica una profunda reflexión y autoconocimiento, un proceso en el que no solo identificamos las opciones, sino que también evaluamos sus implicaciones y consecuencias en un contexto más amplio. Este proceso es similar al del escultor y el orfebre, quienes deben visualizar la forma perfecta escondida dentro del mármol o el metal y trabajar meticulosamente para revelarla.
El discernimiento va más allá de la simple toma de decisiones basada en principios morales o éticos. Se trata de una capacidad avanzada de nuestra conciencia para elegir entre varias opciones válidas, seleccionando aquella que no solo sea buena en un sentido general, sino la mejor en el contexto específico de nuestras circunstancias y metas. Este proceso requiere una comprensión profunda de nuestros valores, nuestras aspiraciones y el impacto de nuestras elecciones en nosotros mismos y en los demás.
En la filosofía, discernir es visto como un ejercicio de sabiduría práctica, donde se aplica el conocimiento teórico a situaciones concretas de la vida. Aristóteles, por ejemplo, hablaba de la «phronesis» o prudencia, como la virtud de la razón práctica que nos permite deliberar correctamente sobre las cosas que son buenas y beneficiosas para la vida humana. Esta virtud no se limita a saber qué hacer en cada situación, sino que también implica comprender por qué una opción es superior a otra.
El misterio del escultor y el orfebre reside en su capacidad para transformar la materia bruta en una obra de arte, revelando la esencia oculta que reside en su interior. De manera similar, el discernimiento nos permite transformar nuestras decisiones cotidianas en actos de creación consciente, eligiendo no solo lo que es bueno, sino lo que es mejor para nuestra evolución y la de aquellos que nos rodean.
En el ámbito espiritual, el discernimiento es una herramienta esencial para el crecimiento personal. San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas, desarrolló una serie de ejercicios espirituales enfocados en el discernimiento, ayudando a las personas a sintonizar su voluntad con la de un bien superior, lo que él llamaba «el mayor bien». Este enfoque subraya que el discernimiento no solo se trata de evitar el mal, sino de buscar activamente el camino más adecuado para el cumplimiento de nuestra vocación y propósito en la vida.
Así como el escultor debe conocer el mármol y el orfebre el metal, nosotros debemos conocer nuestra propia naturaleza, nuestras fortalezas y debilidades, para poder discernir correctamente. Este conocimiento nos permite trabajar con nuestra «materia prima» interior, puliendo y refinando nuestras decisiones y acciones.
Es una manifestación de nuestro más alto potencial como seres conscientes. Es la capacidad de elevarnos por encima de las elecciones ordinarias y sintonizarnos con un propósito más elevado y una comprensión más profunda de nuestra existencia. Nos invita a mirar más allá de la superficie y a considerar las múltiples dimensiones de nuestras decisiones, reconociendo que, en última instancia, cada elección es una oportunidad para acercarnos más a la plenitud y la realización de nuestro verdadero ser.
Es una habilidad refinada que nos permite elegir lo mejor entre lo bueno, integrando nuestra conciencia moral, nuestra sabiduría práctica y nuestra aspiración espiritual. Es una guía hacia la excelencia en nuestras acciones y decisiones, un faro que ilumina el camino hacia una vida más plena y significativa. Este proceso es el misterio del escultor y el orfebre: la capacidad de ver más allá de la forma bruta y transformar nuestras decisiones en obras de arte de la vida cotidiana, revelando la verdadera luz en la materia con nuestros actos del día a día.