El popular ‘iter stellarum’, ‘itinerario o ruta de las estrellas’, la senda que orientaba y guiaba a los peregrinos, aparece por escrito en el siglo XII, en el libro IV del ‘Codex Calixtinus’, obra completa de cinco libros realizada entre 1130 y 1150 en el ‘scriptorium’ de la catedral de Santiago para compilar todo cuanto entonces se conocía sobre la peregrinación a Santiago.
Cuenta la leyenda que desde tiempos inmemoriales, se creía que el sendero trazado por el apóstol Santiago guiaba y acompañaba a los peregrinos en su viaje hacia su sepulcro. Este sendero sagrado, conocido como el Camino de Santiago, era visto como una ruta de encuentro entre lo terrenal y lo divino. De hecho, el nombre de Compostela se derivó de «campus stellae», que significa «campo de estrellas», evocando la conexión entre el camino y el firmamento.
Esta ruta sagrada, envuelta en la neblina de lo arcano y lo divino, llamaba a los peregrinos intrépidos a emprender un viaje hacia lo desconocido, en busca del milagro que yace en lo profundo del cosmos.
Cada peregrino que se aventuraba en este camino ancestral descubría su propio milagro, una revelación única que trascendía las fronteras del tiempo y el espacio. Era un viaje de autodescubrimiento y transformación, donde cada paso llevaba al buscador más cerca de la verdad cósmica que yace en el corazón de cada peregrino.
El origen de esta senda mística se remonta a los albores del medievo, cuando la fe en la morada final del apóstol Santiago el Mayor en las tierras de Compostela se extendía como un rumor entre los corazones de los creyentes. Se decía que en el lugar donde el bosque era más denso y oscuro, unas luces extrañas brillaban como estrellas en la noche, y los cánticos celestiales resonaban entre los árboles.
Fue Teodomiro, obispo de Iria, quien guiado por la divina gracia, descubrió el lugar sagrado donde reposaba el cuerpo del apóstol Santiago. Inspirado por la visión de las luminarias y los ángeles que custodiaban la tumba, Teodomiro llevó la noticia al rey Alfonso el Casto, quien con gran regocijo restauró la iglesia en honor al santo y trasladó el episcopado a la nueva sede de Compostela.
La revelación del lugar sagrado a través de luminarias y cánticos celestiales evocaba las antiguas tradiciones de los mitos estelares, donde las estrellas eran vistas como heraldos de la divinidad. En este contexto judeo-cristiano, las estrellas no eran simples astros en el firmamento, sino mensajeras de la voluntad de Dios, guiando a los creyentes hacia la verdad suprema.
Cada paso en este camino sagrado es un acto de revelación, donde los buscadores se sumergen en la profundidad del cosmos y se conectan con la esencia misma de la existencia. A lo largo de la ruta, descubren antiguos símbolos y signos que revelan verdades olvidadas y revelan el camino hacia la iluminación, en el camino nos abrimos a la magia y el misterio que nos rodea, permitiendo que el legado del pasado nos guíe hacia el futuro. Es un recordatorio de la conexión sagrada que compartimos con todo lo que nos rodea, una oportunidad para abrazar la belleza y la trascendencia que se encuentra en cada paso del camino, en esta travesía mágica, los peregrinos se encuentran con seres misteriosos y guardianes de la sabiduría ancestral, quienes les revelan secretos del universo y les guían en su búsqueda de la verdad. A medida que avanzan, se abren a experiencias transformadoras que los llevan más allá de los límites de la percepción humana y los conectan con la vastedad del cosmos.
En el Camino de las Estrellas, cada paso es una ceremonia sagrada, cada encuentro es una oportunidad de crecimiento espiritual. Los peregrinos aprenden a leer las señales del universo y a sintonizarse con la energía cósmica que fluye a su alrededor. En esta travesía de autodescubrimiento, encuentran el camino hacia lo divino y se convierten en portadores de la luz eterna de las estrellas.
Así, la leyenda del Camino de Santiago perdura a lo largo de los siglos, recordándonos que en la vastedad del universo, siempre hay un camino iluminado por las estrellas que nos lleva hacia nuestro destino final.
25 de Julio, Celebración del día de Santiago Apóstol.
El 25 de julio, según la escuela mística de los mayas, es un día especial conocido como el «día fuera del tiempo». Esta fecha marca un fenómeno interesante en los calendarios solar y lunar. Mientras que el calendario solar consta de 12 meses, totalizando 365 días, el calendario lunar tiene 13 meses y suma un total de 364 días. La diferencia de un día entre estos dos calendarios se produce precisamente el 25 de julio de cada año. Este día es visto como un momento único y fuera de la estructura temporal regular, ofreciendo una oportunidad para la reflexión, la celebración y la conexión con lo divino. Ese día el Sol se sincroniza con Sirio, la estrella más brillante del cielo y empieza una revolución solar de la tierra.
RUTA JACOBEA EN ALQUIMIA
Santiago era el patrón de médicos y alquimistas. Según la «Legenda áurea», venció en España a «Hermógenes» o «Hermes Trismegisto», lo que le obligó a administrar el saber oculto de éste.
La ruta jacobea, que lleva a la tumba del apóstol, se consideraba la proyección terrestre de la Vía Láctea o Camino de Santiago celeste, símbolo del Opus mercurial. «El camino es estrecho y accidentado», se lee en el cántico luterano de Santiago en lengua alemana, que data de 1553, «jalonado de agua y de fuego».
Pero los peregrinos herméticos no buscaban sólo la edificación religiosa con su viaje, sino también el contacto con los saberes ocultos judíos y árabes que habían penetrado en el occidente cristiano en el siglo XII a través de España.
La «concha de Compostela» o concha de Santiago representa en la simbólica heráldica el principio del Mercurio, conocido también con los sobrenombres de «viajero» o «peregrino». La llevan, en un sentido místico, todos aquellos que desean poseer la estrella (lat. «compás»: posesión, «stella»: estrella), y así poder descifrar su misterioso código.
Nicolás Flamel pidió ayuda a Santiago a comienzos del siglo XV y emprendió el camino a Santiago. «Éste es el punto en el que deben comenzar los alquimistas. Con el bastón de peregrino en la mano y la concha como signo, el alquimista debe iniciar el peligroso viaje, parte por tierra, parte por agua. Primero como peregrino, después como piloto.»